16 de septiembre de 2020
El campo de la historia global generalmente está vinculado a palabras claves como circulaciones, conexiones, redes, intercambio, globalización. Para Diego Galeano, profesor Adjunto de Historia Contemporánea en la Pontificia Universidad de Rio de Janeiro (PUC-Rio), e investigador del Laboratório de Pesquisa em Conexões Atlânticas de la misma universidad, la disciplina es definida por la diversidad.
“En resumen, creo que la historia global es una amalgama muy heterogénea de abordajes concomitantes y, no pocas veces, francamente antagónicos,” señaló.
En esta entrevista, el profesor expone algunas de las críticas inherentes al campo, presenta los principales temas de investigación y autores, analiza cómo puede afectar la epidemia de covid-19 a los estudios de la historia global y destaca los archivos digitales que pueden ser usados en investigaciones.
¿Qué es la historia global?
Creo que una primera manera de aproximarse a una respuesta es reconocer la enorme diversidad de enfoques y propuestas historiográficas que entran en el campo de la historia global. El reconocimiento de esa heterogeneidad es un primer dato importante y, de hecho, diría que es el punto de partida del libro de Sebastian Conrad que, en su versión en inglés, lleva ese mismo título: “¿qué es la historia global?”. Esa obra es una tentativa de poner cierto orden conceptual en un campo difuso, superpoblado de etiquetas como historia mundial, historia transnacional o translocal, historias cruzadas y conectadas.
Lo cierto es que cualquier mirada rápida a una revista científica del área de historia o a los programas de los congresos que reúnen historiadores podría constatar, diría en las dos últimas décadas, una profusión de palabras clave que parecen ser signos de un mismo paradigma historiográfico: circulaciones, conexiones, redes, rutas, movilidad, intercambio, en fin, toda una semántica de lo global que ha inundado las conversaciones de los historiadores. Pero la mera constatación de ese lenguaje común puede ser engañosa, puede conducir a la postulación de coherencias teóricas y metodológicas inexistentes. Si bien es verdad que los distintos enfoques que se identifican dentro de la corriente de la historia global comparten una misma intención crítica al eurocentrismo y, fundamentalmente, al llamado “nacionalismo metodológico”, éstas son más bien definiciones negativas, que indican lo que el historiador global desea evitar y no tanto aquello que propone hacer.
Cuando se pasa de esas críticas a las propuestas de investigación – insisto – lo que predomina es la heterogeneidad. Tomemos como ejemplo lo que publica algunos de los periódicos más importantes de ese campo, como el Journal of Global History de Cambridge fundado en 2006. En esos espacios, las perspectivas macro-analíticas y sistémicas, un poco en la línea que va del último Braudel a Wallerstein, conviven con autores que defienden la posibilidad de una micro-historia global o una micro-historia translocal, como Lara Putnam, Francesca Trivellato o Christian De Vito. Y la enorme heterogeneidad a la que me refiero no se agota en el viejo debate micro-macro. Inclusive por dentro de la corriente que defiende una historia global atenta a las dinámicas locales y a la complejidad de la agencia histórica de sujetos y grupos sociales concretos, también podemos identificar enfoques metodológicos muy diferentes: acompañar la trayectoria transcontinental de un escritor multifacético como el Leo Africanus de Natalie Zemon Davis, o seguir los rastros de las luchas emancipatorias de varias generaciones de una misma familia afroamericana como hacen Rebecca Scott y Jean Hébrard en Freedom Papers, por citar algunos libros dignos de nota.
Entonces, ahí tenemos un recurso enfocado en la reconstrucción de biografías globales y en el análisis de trayectorias translocales de grupos familiares, étnicos o profesionales, cuyas mismas identidades, alteridades, sentidos de pertenencia y cosmovisiones se conforman en el tránsito entre diversas fronteras. Sin embargo, el repertorio de recursos de investigación es todavía más amplio y abarca, por ejemplo, el campo de posibilidades de la “global lives of things”, atento a la conformación histórica de culturas materiales y a la circulación transcontinental de objetos y de commodities. En este campo predominan los estudios sobre el mundo moderno temprano: hay investigaciones notables sobre el comercio mediterráneo y atlántico de condimentos, cueros y pieles, porcelanas, té, café, azúcar y tabaco entre el Renacimiento y el siglo XVIII. Pero también han aparecido algunos trabajos sobre productos globales en el largo siglo XIX, conectándolo con la expansión del capitalismo imperialista, como el libro de Sven Beckert sobre el algodón.
En resumen, creo que la historia global es una amalgama muy heterogénea de abordajes concomitantes y, no pocas veces, francamente antagónicos. Acabo de mencionar al libro de Beckert sobre la historia global del algodón, que de alguna manera se presenta como una “historia total” de un producto, que comienza balbuceando algunas ideas sobre el cultivo de algodón entre los aztecas y llega hasta nuestros días. En ese caso, la historia global de un producto es concebida como un relato totalizador, sin otro recorte temporal y espacial que el de la vida del producto mismo. Es evidente que el libro demuestra un dominio muy dispar de situaciones locales cuya especificidad el autor entiende mucho, poco o casi nada. Y esto se relaciona con algo que no puede ser pasado por alto: me refiero al sesgo lingüístico. Beckert construye su historia sobre el algodón a partir de fuentes documentales y bibliografía secundaria disponible en inglés y en alemán, lo mismo que hace Jürgen Osterhammel con su gigantesca historia global del siglo XIX. Inclusive dejando de lado las notorias jerarquías epistémicas que se dan por presupuestas cuando se asume que desde cierta constelación lingüística puede hacerse una obra que da cuenta de todo, lo que me parece más importante es marcar la diferencia metodológica con los autores que, a la manera de Subrahmanyam, defienden una perspectiva global entendida como historia conectada.
En lo personal, me inclino por esa corriente que entiende a la historia global como una historia atenta a las conexiones translocales e intercambios que dieron forma al mundo moderno y contemporáneo. Pero hay que reconocer que no es la única corriente y bajo el rótulo de historia global se encuentran propuestas radicalmente diferentes. No hay nada que se parezca a una escuela historiográfica, sino más bien una polémica sobre la manera de investigar, narrar e inclusive enseñar la historia con preguntas de un tiempo presente signado, al menos desde fines del siglo XX, por una mayor conciencia de la trama global del tiempo pasado.
Desde hace unos años se habla de un proceso de desglobalización, ¿podría darnos su opinión al respecto desde una perspectiva histórica?
Creo que es un concepto revelador de cómo la historia puede entrar en las discusiones generadas por el giro global. No porque esté de acuerdo con el concepto de desglobalización, sino más bien por el motivo contrario. Desde el punto de vista de una historia global que no renuncia al trabajo en los archivos, que no se torna un ejercicio enciclopédico de generalizaciones y abstracciones de larguísima duración y con derecho a hablar de la totalidad del mundo, la actual noción de desglobalización parece síntoma de los propios problemas de un concepto completamente teleológico de globalización.
¿A qué me refiero? Quizás para explicarlo mejor sea importante distinguir a la historia global de la historia de la globalización, porque no son exactamente lo mismo. Muchos de los enfoques historiográficos que hoy se ubican en el repertorio de la historia global preceden al propio concepto de globalización, que hizo una aparición algo tímida en los años 1960 y que hacia fines del siglo XX, después de la caída del Muro, va a pasar a ser usado más frecuentemente como una manera de describir la condición presente del mundo. Más tarde algunos historiadores salieron a marcar que los trazos generales del orden global que se presentaba como novedad eran resultado de un largo proceso histórico que se remontaba, al menos, al siglo XVI. Esa idea aparece, por ejemplo, en la breve historia de la globalización que escribieron Jürgen Osterhammel y Niels Petersson. Pero por el mero hecho de marcar que el proceso tenía una historia secular no se estaban cuestionando las premisas esenciales de la teoría de la globalización, es decir, la idea de un mundo cada vez más conectado, de una mayor integración de realidades distantes y de una creciente interdependencia mundial. De alguna manera, entre esos tres conceptos – conexión, integración e interdependencia – se construye la idea de la globalización como una puesta en red del mundo, como el tejido de un entramado de enlaces políticos, culturales y socioeconómicos a escala planetaria.
Esa visión de la historia global que le otorga primacía a la interdependencia y a la integración, a la concepción sistémica de un mundo en red, es lo que en verdad está siendo cuestionada en la actualidad y por la actualidad. Si se entiende a la globalización como un camino lineal de consolidación de un mundo cada vez más integrado es posible que algunas señales del presente se perciban como el proceso contrario. Pero si prestamos atención a lo que muchos historiadores sociales han producido en los últimos años podemos notar que hay otro relato posible acerca del pasado del mundo global, que indaga circulaciones transnacionales, intercambios comerciales, rutas migratorias y culturas diaspóricas sin dejar de reconocer el peso de las discontinuidades y de las asimetrías, las diferencias de intensidad de varias formas de conexión y los profundos desequilibrios de poder entre distintos lugares. Pienso en los estudios del propio Subrahmanyam, en la obra de Maxine Berg y en los historiadores del campo conocido como global labour history, así como muchos estudiosos del tráfico atlántico de esclavizados y de la diáspora africana, para mencionar algunos ejemplos que nos muestran que la desconexión, la discontinuidad, la ruptura y la producción de desigualdades brutales deben ser pensadas como parte del proceso de globalización en el mundo moderno. No creo que estemos frente a un proceso de desglobalización, sino ante un fracaso de la historia global concebida como un relato teleológico de la integración del mundo.
¿Cómo puede afectar la epidemia de covid-19 a los estudios y la perspectiva de la historia global?
Es todo muy prematuro para vislumbrarlo con claridad. Quizás, por un lado, la pandemia sea una invitación a sumar reflexiones en la dirección que acabo de señalar, o sea, estudios históricos que permitan comprender mejor la dialéctica entre conectividad y singularidad. Más concretamente, investigar las dinámicas globales que combinan interconexión con asimetrías profundas. A fin y al cabo, tenemos ante nuestros ojos la evidencia de un virus que atravesó fronteras con una velocidad inaudita, siguiendo las rutas globales de la movilidad humana, pero que enferma y mata de maneras muy disímiles. No solo porque el fenómeno varíe de país en país en función de las políticas sanitarias adoptadas y las capacidades del sistema de atención médica, sino también por las desigualdades de clase, género y étnico-raciales que atraviesan a las sociedades. Me gusta la idea del historiador italiano Christian De Vito, cuando habla de “singularidades conectadas” para señalar la necesidad de pensar en simultáneo la conectividad del mundo y la trama singular de cada lugar. Desde esa mirada, lo global no es sinónimo de repetición y mismidad. Un proceso global no se vive de la misma manera en todos lados y creo que la pandemia nos muestra eso.
Por otro lado, pienso en las consecuencias para la propia escritura de la historia en perspectiva global. Aquellos que conciben a la historia global como un ejercicio enciclopédico de síntesis de la bibliografía secundaria, con el fin de construir macro-narrativas sobre el mundo, enfrentan el desafío del acceso material y digital a literatura, lo que, especialmente desde los centros académicos en los que suelen producir esas obras, es un obstáculo fácil de sortear. Pero los que, en cambio, defendemos una historia social atenta a las dinámicas translocales muchas veces necesitamos acceder a archivos localizados en distintos países y ciudades. Puedo dar como ejemplo lo que sucede en el campo de la historia de las migraciones atlánticas que, desde finales del siglo XX, inclusive cuando la historia global todavía no era una moda, mostró por un creciente cuestionamiento de los recortes nacionales enfocados en el problema de la integración de los inmigrantes en las llamadas “sociedades de recepción”. El surgimiento de nuevas preguntas vinculadas al estudio de las redes y cadenas migratorias llevó a prestar más atención a los lugares de procedencia de los emigrados, también a lo que pasó con los que se quedaron y al fenómeno de los retornos. Todo eso fue posible gracias al trabajo de historiadores que pudieron cruzar fuentes documentales de los países de recepción con investigación intensiva en archivos municipales, judiciales y diplomáticos de los lugares de origen.
Evidentemente, ese movimiento requiere de recursos financieros para investigar, algo que en muchos lugares se están tornando cada vez más difícil. Y frente a eso tendremos que seguir dando varias batallas en simultáneo. Una disputa por los sentidos de la historia global, que incentive y valorice cada vez más, dentro de los centros de investigación de referencia, el trabajo multilocalizado con fuentes primarias. Creo que la pugna por la digitalización y el acceso abierto a los archivos digitales es importante y necesaria, pero no suficiente. Otra disputa debe darse al interior de las editoriales universitarias, que indefectiblemente tienen la misión de abrirle espacio a esas investigaciones con fuentes primarias, frente a la preferencia de las grandes editoriales por las síntesis enciclopédicas y por aquella macro-historia global que no pasa de un agregado de datos. Algo parecido puede decirse de la lucha por la descolonización de la enseñanza universitaria, muchas veces propensa también a esas narrativas universalistas. Todo esto se va a volver cada vez más urgente e indispensable en tiempos de recursos escasos.
¿Existen materiales digitalizados en historia global que puedan ser usados en investigaciones?
Me parece que, justamente, si entendemos la historia global como sinónimo de historia del mundo y del surgimiento de un espacio planetario cada vez más integrado podemos caer en la concepción de que hay archivos más globales que otros o donde la esfera global se manifiesta más claramente. Supongamos, podríamos pensar en el archivo de la Liga de las Naciones para el período de entreguerras, en el acervo de la Fundación Ford o en los documentos del Banco Mundial. Bajo ese criterio, los archivos diplomáticos que dependen de los ministerios de Relaciones Exteriores de cada país también darían cuenta de esa dimensión de la gobernanza global.
Sin embargo, muchos de los que defendemos que la historia global es tal solo un punto de observación y una manera de construir preguntas trabajamos con los mismos archivos nacionales, regionales y municipales que frecuentan los demás. Puedo dar el ejemplo de mis propias investigaciones sobre mercados ilegales, prácticas delictivas y vigilancias policiales cuya trama – según defiendo – solo se comprende si se adopta una escala transnacional, capaz de dar cuenta de los intensos intercambios entre los puertos del espacio atlántico sudamericano en la época de las migraciones masivas. En esas investigaciones quizás exploro algunos fondos documentales menos trabajados, como los expedientes de la justicia federal, pero por lo general uso archivos judiciales, policiales y penitenciarios, es decir, un tipo de fuente muy visitada por la historia social, lo que muestra que cuando uno cambia el tenor de la pregunta surgen nuevas evidencias. De modo que, al menos para mí, la historia global es una cuestión de perspectiva, una manera de construir preguntas que ponen en tensión a los axiomas del nacionalismo metodológico y, algunas veces, también a los romanticismos folcloristas que suelen esencializar fenómenos culturales que le deben mucho más al movimiento y al tránsito que a la raíz y al origen. En ese sentido, cualquier archivo puede ser usado en investigaciones que incorporan preguntas de historia global. Y, a la inversa, archivos producidos por organismos multilaterales e internacionales, o inclusive los archivos diplomáticos, ofrecen materiales preciosos para la historia local. No hay archivos esencialmente globales.
Referencias:
BECKERT, Sven. Empire of Cotton: a Global History. New York: Knopf, 2014.
BERG, Maxine. Writing the History of the Global: Challenges for the 21st Century. Oxford: Oxford University Press, 2013.
CONRAD, Sebastian. What is Global History? Princeton: Princeton University Press, 2016.
Têm recente tradução para o português: Sebastian Conrad, O que é a História Global? Lisboa: Edições 70, 2019.
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SCOTT, Rebecca; HÉBRARD, Jean. Provas de liberdade: uma odisseia atlântica da era da emancipação. Campinas: Ed. Unicamp, 2014.
SUBRAHMANYAM, Sanjay. Impérios em concorrência: histórias conectadas nos séculos XVI e XVII. Lisboa: Imprensa de Ciências Sociais, 2012.
TRIVELLATO, Francesca, “Is There a Future for Italian Microhistory in the Age of Global. History?”, California Italian Studies, vol. 2, n. 1, 2011.
Como citar este texto: GALEANO, Diego. Una historia heterogénea. In: Revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos (Blog). Publicado en 18 de septiembre de 2020. Accedido en [fecha].
Lea en HCS-Manguinhos:
Ferrari, Mercedes García and Galeano, Diego Polícia, antropometria e datiloscopia: história transnacional dos sistemas de identificação, do rio da Prata ao Brasil. Hist. cienc. saude-Manguinhos, Dez 2016, vol.23, suppl.1.
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Espinosa, Mariola. Los orígenes caribeños del Sistema Nacional de Salud Pública en los EEUU: una aproximación global a la historia de la medicina y de la salud pública en Latinoamérica. Hist. cienc. saude-Manguinhos, Mar 2015, vol.22, no.1.
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