08 de junio de 2020
Karina Ramacciotti |Investigadora Independiente CONICET
Profesora Titular de la Universidad Nacional de Quilmes
Quiero agradecer a Manguinhos la posibilidad de expresar mi posición respecto de un asunto que ha cobrado especial virulencia en la Argentina actual, pero que en realidad se remonta al año 2007 y que, en un sentido más amplio, involucra al papel de los medios de comunicación, la política y el rol de quienes hacemos historia profesional.
El sábado 16 de mayo del 2020, una noticia fue publicada en el diario La Nación. Un nuevo papel moneda con el valor de 5.000 pesos sería emitido por el Banco Central y tendría la figura de Cecilia Grierson, primera médica de la Argentina, y de Ramón Carrillo, primer ministro de salud de la Argentina durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955). En la contracara, estaría la estampa del Instituto Malbrán, lugar emblemático de investigación de enfermedades endémicas y epidémicas en la Argentina. La inclusión de estas imágenes pretendían ser una conmemoración, en tiempos de pandemia, a la salud pública argentina.[1]
A las pocas horas, empezó la discusión en torno a la pertinencia de colocar en un papel moneda a personalidades históricas. Sobre Cecilia Grierson mucho no se debatió, es probable que, en esta disputa, haya quedado a la sombra e invisibilizada, una vez más, por ser mujer. Pero la discusión sobre la presencia de Carrillo no demoró en llegar. Primero, por Twitter y, luego, por diferentes medios; se remitió, citada o no, a un artículo periodístico publicado por el mismo diario La Nación en el 2007.[2]
Un año antes de esa publicación, el 2006 había sido declarado por las autoridades de turno “año de Homenaje al doctor Ramón Carrillo” dado el centenario de su nacimiento, ocurrido el 7 de marzo de 1906, en Santiago del Estero. A partir de entonces, se han sucedido diferentes homenajes que van desde la concreción de actos públicos, la publicación de notas periodísticas, el lanzamiento de una producción cinematográfica acerca de su vida, la realización de un dibujo animado infantil, canciones folclóricas en su recuerdo, documentales televisivos, entre otras instancias celebratorias. Algunas de estos artefactos de divulgación han logrado sintetizar los aspectos más destacados de su gestión y han contribuido a preservar registros históricos como fotografías, audiovisuales y testimonios de funcionarios de la época. Retomando las ideas de Enzo Traverso (2007:67), “de esta manera, el pasado acompaña nuestro presente y se instala en el imaginario colectivo hasta suscitar lo que ciertos comentaristas han llamado una “obsesión conmemorativa” poderosamente amplificada por los medios de comunicación”.[3]
En el marco de estos homenajes, mi investigación sobre la política sanitaria del peronismo, que venía desde el 2003, cobró interés. Una tarde de invierno porteño del 2007, me llamó un periodista de La Nación para hacerme una entrevista telefónica sobre el libro Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino compilado por Marisa Miranda y Gustavo Vallejo. Dicho libro había sido publicado en el 2005 y fue producto de un intenso trabajo de intercambio académico que reunió a investigadores argentinos, brasileños, cubanos y españoles y tuvo como objetivo revisar las ideas de diferentes integrantes de la comunidad política e intelectual y las ideas en torno al darwinismo social y la eugenesia. En el ámbito científico es habitual que se reúna un conjunto de especialistas y se debata sobre un tema en particular desde distintas perspectivas y realidades. En mi caso fui invitada a participar para revisar puntualmente las ideas eugenésicas en la discursividad de la comunidad médica durante el peronismo. Sabido es que, hasta entrados los años 50, los conceptos de raza fueron parte de las ideas de la comunidad científica de la época. En algunos casos, usada como sinónimo de población; en otros, con una aspiración de mejorar “la raza nacional” por medio de intervenciones socioambientales. Desde principios de la década del veinte, circulaba con mucha fuerza la eugenesia en su vertiente latina y neolamarckiana enfocada principalmente en prevenir la “degeneración de la raza” a través de las modificaciones de conductas higiénicas y la implementación de políticas sociales y de mejora en los mecanismos de saneamiento urbano. Es sabido, también, que la eugenesia tuvo notable influencia en las políticas públicas y fue fundamento de muchas de las intervenciones médicas hasta aproximadamente mediados de los años 40 del siglo XX. Luego, fue decayendo o transformándose a partir de su asociación negativa con las prácticas del nazismo, aunque no sólo de él, pues valga también recordar las intervenciones en EEUU en nombre de la “mejora de la raza”.
Hasta acá nada muy problemático para la comunidad académica. En el capítulo de mi autoría, que se incluyó en el libro “Las huellas eugénicas en la política sanitaria argentina (1946-1955)” y atravesó diferentes etapas de revisiones y evaluaciones, incluí una referencia que concretamente decía que en el viaje formativo que Carrillo había realizado en Berlín en sus años de juventud en 1933 “presenció, por casualidad, un acto de Hitler. La impresión que le causó lo llevó a asistir a un segundo acto y a fotografiarse con dicho líder”. Esa referencia fue tomada textualmente de una entrevista efectuada por la historiadora Adriana Valobra y mi persona a Cristina Carrillo, sobrina de Ramón Carrillo e hija de Santiago Carillo, el 15 de mayo de 2003. Esa entrevista, desarrollada en un clima cordial y ameno, fue grabada con su consentimiento y las fuentes de información son citadas y referenciadas tal como se recomienda en el quehacer historiográfico. En mi interpretación, esta anécdota contribuye a mostrar un clima de época y a destacar un momento simbólicamente relevante para un joven Carrillo en su formación profesional. En dicha publicación, como en mi posterior libro La política sanitaria del peronismo (2009), la figura de Carrillo es puesta como un ejemplo de la forma en que se produce el intercambio y la circulación de personas e ideas entre los ámbitos académicos y el Estado.
Pero de aquella entrevista telefónica, que supuestamente tenía el objetivo de difundir la compilación de Miranda y Vallejo, la nota finalmente publicada el 26 de agosto del 2007, en el medio de una campaña política, tuvo otro fin y, sin lugar a duda, perdió de vista el espesor y la complejidad de mi intervención en dicho libro y el sentido de la obra colectiva. En mi registro personal, dicha nota ha sido una de las experiencias más brutales de los usos que puede hacer un medio de comunicación con una investigación académica. En su momento, tuvo un impacto inusitado y desmedido y nunca pude tener el derecho a réplica por lo que se decía en mi nombre en diferentes cartas de lectores.
El artículo periodístico había desvirtuado el objetivo original de situar y restituir el contexto de formación de Carrillo y se había derivado a asociaciones que jamás salieron de mi trabajo dado que nunca dije — ni diría — que Carrillo era nazi. Una simplificación burda que escapa de un análisis historiográfico serio.
En este contexto, reflexioné muchas veces sobre el uso, más o menos acertado, de aquel testimonio, y también de las observaciones que Ludmila Catela ha formulado sobre el uso de las entrevistas: “lo no dicho”, lo “censurado”, lo “corregido” está íntimamente ligado a la significación que toma el hecho del paso de la palabra privada al mundo de lo público, donde los condicionamientos sociales, culturales y políticos atraviesan la expresión de las historias singulares y de sus identidades” (2000: 70).[4] Ello incluye los cambios en la propia resignificación de la memoria con el correr del tiempo y los énfasis que se quieran resaltar o menguar.
Desde mi perspectiva, esta entrevista, como cualquiera otra que se utilice para construir un relato histórico, se integra para apoyar una investigación que se sostiene sobre una articulación sistemática de distintas fuentes escritas, orales y visuales. No se trata de aportar a un relato coherente ni a una narrativa laudatoria, sino de pensar en la complejidad de elementos que se juegan en las trayectorias personales, políticas e institucionales; que son aquellas con las que he realizado mi aporte a la investigación.
Considero muy cuestionable que desde los medios de comunicación se recurra a investigaciones académicas con el fin de legitimar intervenciones que no son otra cosa que operaciones mediáticas que portan otros fines que los de dar a conocer las características de un período o personaje histórico. A 17 años de dicha entrevista y a 13 años de esta desatinada nota periodística, La Nación y otros medios, a la sazón del lanzamiento del supuesto papel moneda, que las autoridades ya anunciaron que no será emitido, se activó ese dato marginal, cuasi anecdótico, ligado a la foto mencionada por nuestra entrevistada allá por el 2003. Con esta referencia nimia y otra vinculada a la contratación de un médico danés quien se había escapado del nazismo y fuera contratado por el ministerio de salud se reavivó el debate si Carrillo era o no nazi.
El rescate de un artículo periodístico del 2007 demuestra, por lo menos, cierta pereza intelectual ya que se vuelve con los mismos argumentos sin tomarse el trabajo de revisar las numerosas producciones posteriores que se han hecho sobre el tema. Entonces, lamento profundamente que las investigaciones académicas sean usadas para profundizar situaciones políticas e ideológicas. Lamento que la inmediatez de las noticias y de las “bombas mediáticas” no lleve a revisar la abundante bibliografía que se ha producido en esta última década en la Argentina sobre el gobierno peronista, ni que se lean las ideas tanto de Carrillo como la de una multiplicidad de actores quienes también fueron parte de ese apasionante período de la historia argentina. Lamento que todo esto haya surgido en esta situación terrible que atravesamos a nivel mundial en la que nos encontramos en medio de una pandemia que nos está mostrando, los efectos más perversos de la desigualdad social.
Por último, espero que esta situación colabore en el debate sobre la relación entre la historia y los medios de comunicación. Estoy convencida en la importancia de la difusión y la comunicación pública de la ciencia, pero sería deseable que los periodistas puedan comprender y expresar que la historia aporta complejidades, particularidades, excepcionalidades que están muy lejos de las miradas binarias que, en muchas oportunidades, se pretender invocar. Los medios de comunicación masivos tienen un rol importante en la intermediación entre la producción científica y la sociedad. Su función consiste en descubrir e investigar temas de interés público, contrastarlos y, luego, publicarlos. Son ellos los que cuentan con herramientas y estrategias para divulgar de manera clara, pero sin las especificidades de las disciplinas.
Los temas de la historia social de la salud y la enfermedad y la historia de la ciencia han cobrado un interés destacado entre quienes desconocían esta especialidad de la historia. Diferentes medios de comunicación se han interesado por las investigaciones gestadas por este campo académico en estos tiempos de pandemia y sería esperable que esta situación, aún más dramática para esta región en sus efectos socioeconómicos, sea una oportunidad para reflexionar en torno a los límites, potencialidades y recaudos de dicho dialogo.
[1] Billete de $5000. Pese a la negativa de Alberto Fernández, tiene diseño, está en producción y hay fecha de entrega. La Nación, 16 de mayo de 2020.
[2] Investigación. Poblar y purificar: el otro Ramón Carrillo. La Nación, 26 de agosto de 2007
[3] TRAVERSO, Enzo. Historia y Memoria. Notas sobre un debate. In: Franco, M. y Levín F. (Comp.). Historia reciente: perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Buenos Aires: Paidós. P.67-97. 2007.
[4] CATELA, Ludmila. De eso no se habla. Cuestiones metodológicas sobre los límites y el silencio en entrevistas a familiares de desaparecidos políticos. Historia, Antropología y Fuentes Orales, n.2, v.24,p.25-26. 2000.