Fauna nativa enjaulada

 

Febrero de 2022

Portada de Progreso (n.32, 1960), publicación de la Sociedad de Mejoras Públicas.

Bogotá, la capital del tercer país de América Latina en población, no tiene ni ha tenido nunca un zoológico, a pesar de haberlo intentado en varias ocasiones. Solo hasta 1975, Gonzalo Chacón, un zootecnista enamorado de los animales, estableció un pequeño zoológico, al que llamó Santa Cruz, una hora al sur de la ciudad. Allí, algunos bogotanos conocieron las dantas, los zaínos y las marimbas (esos ágiles primates también denominados monos araña). Estos animales terminaron enjaulados como producto de los múltiples encuentros entre humanos y otras criaturas intensificados por la expansión de la frontera agrícola. Ese proceso de establecimiento de potreros y cultivos donde antes había bosques y sabanas naturales dejó a los moradores de estos hábitats sin casa, al tiempo que las ciudades crecían, de forma inusitada, al ritmo del desenfrenado aumento de las poblaciones nacionales y de las migraciones provenientes del campo.

En su artículo “Wild and trapped: A history of Colombian zoos, 1930s-1990s”, la geógrafa Claudia Leal, profesora de la Universidad de los Andes de Bogotá, reconstruye la historia de tres de los principales zoológicos de su país, lo que le permite reflexionar sobre la relación de nuestras sociedades con el mundo natural y también sobre algunas limitaciones de los procesos de formación estatal en el periodo de mayor crecimiento de los estados latinoamericanos. Tanto Santa Cruz como Santa Fe, el zoológico de Medellín (la segunda ciudad colombiana), que abrió sus puertas al público en 1960, hacen parte de lo que podríamos llamar la segunda gran ola de creación de zoológicos en la región. La primera comenzó a finales del siglo XIX con el establecimiento del zoológico de Buenos Aires y se extendió hasta bien entrado el siglo XX. En ese primer periodo, los países más ricos de América Latina, y sus principales centros urbanos, establecieron jardines zoológicos para celebrar sus logros. Con su modernización tardía, Colombia –como otros países y muchas ciudades de la región– tuvo que esperar unas buenas décadas para hacer parte de esta tendencia.

Como los pares de su generación, los zoológicos colombianos fueron instituciones más bien pobres, ansiosas por exhibir elefantes y jirafas, pero pobladas sobre todo por los desplazados de las selvas nativas que estaban siendo derribadas. Fueron también, en su inmensa mayoría y a diferencia de sus predecesores, producto de esfuerzos privados. Los límites del estado colombiano en su nivel central, así como de las administraciones locales, quedan claros en su incapacidad de dotar a las ciudades con estos símbolos de desarrollo urbano. Santa Fe y Santa Cruz revelan estrategias, desplegadas también en otros ámbitos, utilizadas para cumplir con responsabilidades consideradas estatales. En el caso de Santa Fe, así como sucedió con la importante Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, la elite regional asumió las tareas, mientras que en el caso de Santa Cruz, los funcionarios públicos buscaron aliados que les ayudaran a cumplir con sus obligaciones: ocuparse de la fauna incautada.

El afamado zoológico de la Hacienda Nápoles, perteneciente al narcotraficante Pablo Escobar, constituye una excepción, que es a la vez una versión extrema de tendencias propias de esta historia. Con el contrabando de animales exóticos –como rinocerontes, búfalos e hipopótamos– que dejó libres en las praderas de su hacienda, Escobar sobrepasó tanto a las elites que habían establecido zoológicos un par de décadas antes, como al estado que ni siquiera pudo hacerse cargo de los animales cuando dio de baja al capo. Aunque Nápoles no tenía casi fauna nativa, los pastos africanos sobre los que se paseaban sus especímenes de exhibición habían reemplazado hacía muy poco a los frondosos bosques del valle del Magdalena Medio, hogar de las dantas, los zaínos y las marimbas que otros zoológicos exhibían.

Las historias relatadas en “Wild and trapped” nos recuerdan que la fascinación que sentimos por nuestros primos, los otros animales, es parte de una historia mayor de construcción de paisajes humanizados y del desarrollo de aspectos centrales del mundo humano aparentemente no relacionados con el mundo natural, como lo son los estados nacionales.

Leal, Claudia. Wild and trapped: a history of Colombian zoos and its revelations of animal fortunes and State entanglements, 1930s-1990s. História, Ciências, Saúde-Manguinhos [online]. 2021, v. 28, suppl 1, pp. 81-101.

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