13 de agosto de 2020
Morir en las grandes pestes, de Maximiliano Fiquepron, estudia, desde distintas dimensiones, la huella que las epidemias de cólera y fiebre amarilla dejaron en la sociedad porteña en la segunda mitad del siglo XIX.
En el libro se analizan las múltiples respuestas sociales a las crisis epidémicas ocurridas en Buenos Aires en las décadas de 1860 y 1870, las distintas representaciones generadas por las epidemias de fiebre amarilla y cólera y los rituales fúnebres.
En una breve entrevista al blog de HCS-Manguinhos, Maximiliano Fiquepron, Profesor en Historia por la Universidad Nacional de General Sarmiento, analiza las principales epidemias en la Argentina del siglo XIX entre otros temas de la historia de las epidemias.
Cuales fueron las principales epidemias en la Argentina del siglo XIX?
Durante el siglo XIX, Argentina, al igual que otros países de la región, tuvo una serie de enfermedades que recorrían con frecuencia los pueblos y ciudades. Una serie de enfermedades que para entonces quedaban englobadas bajo la categoria de “fiebres” (un concepto muy habitual que los profesionales prebacteriológicos tenían para englobar dolencias que hoy hemos clasificado de otra manera), varicela y sarampión eran parte de un escenario epidémico habitual de las ciudades costeras de la región del Río de la Plata. De todas ellas, la viruela fue la que mayor daño producía, al menos hasta alrededor de 1880. Una de las epidemias de viruela más dramáticas que golpeó a Buenos Aires –y de la que a la vez se tiene registro– aconteció durante 1829 y 1830, y se presentó combinada con otra enfermedad muy temida por entonces: el sarampión. Maria Silvia Di Liscia menciona que esta epidemia surgió entre un grupo de indios pampas que estaban en la ciudad para establecer relaciones políticas con Juan Manuel de Rosas. Con epidemias en los años 1802, 1812, 1823, 1830, 1836, 1837, 1842, 1847, 1853, la enfermedad se encontraba diseminada en todas las provincias.
A la viruela seguían en importancia el sarampión, con un desarrollo similar, pero con intervalos menos regulares. Para los años 1831-1833 y 1836-1837 se produjeron casos menores y brotes ocasionales de ambas enfermedades, como también de fiebre tifoidea y la disentería. Para mediados del siglo XIX, algunos de los males mencionados tendrán un carácter endémico. De esta manera, se recortaba una región de circulación de hombres con eje en el Río de la Plata, cuyos movimientos potenciaban la diseminación de enfermedades y ciclos epidémicos en los poblados y ciudades aledañas.
Esta presencia continua de brotes de distinta intensidad se modificará de manera significativa con la llegada, hacia la segunda mitad del siglo XIX, de dos de las enfermedades más agresivas del siglo: el cólera y la fiebre amarilla. Los síntomas de ambas y las altas tasas de mortalidad que dejaban a su paso eran un duro golpe al optimismo liberal que todas las sociedades occidentales del siglo XIX profesaban amparadas en la industria, la ciencia y el comercio. Provenientes de regiones “incivilizadas” y atávicas, ambas enfermedades ponían de cabeza a las grandes metrópolis occidentales en cuestión de días. Además, el progreso material y las mejoras en las condiciones de vida que los grupos sociales más conspicuos podían celebrar contrastaba con la elevadísima cantidad de muertos pobres e indigentes que dejaban ambas enfermedades, que ponían de relieve las desigualdades existentes en las condiciones de vivienda y la alimentación.
Cómo se originó su investigación?
La investigación surgió por la invitación a formar parte de un grupo interdisciplinario de sociólogos, politólogos e historiadores dirigidos por Gabriel Kessler y Sandra Gayol. El tema que nos aglutinó consistió en estudiar las diferentes respuestas y representaciones sobre la muerte, durante los siglos XIX y XX en Argentina. Este grupo se dedicó a indagar muertes de alto impacto social ocurridas en nuestro pasado más recientemente (como por ejemplo la guerra de Malvinas de 1982) así como también respuestas colectivas a asesinatos conmocionantes como los cometidos por Cayetano Santos Godino (conocido en Argentina como “el petiso orejudo”) un jóven que mató al menos a cuatros menores de edad a principios del siglo XX, o un conjunto de ejecuciones resonantes durante las guerras de independencia a principios del siglo XIX. Continuando esta línea de investigaciones, mi aporte se propuso indagar qué ocurría con los funerales y otras demostraciones culturales de los deudos frente a la llegada de una epidemia, ya que es conocido que durante estos acontecimientos, los rituales fúnebres no pueden desarrollarse. Como en nuestro país es un hito muy reconocido la epidemia de fiebre amarilla de 1871, que produjo miles de muertos, me dediqué inicialmente a ella. A poco de iniciado el proyecto, las preguntas aumentaban y también la necesidad de ampliar el espectro de análisis. La llegada del cólera en 1867 y 1868 me parecía un evento poco desarrollado en comparación con la fiebre amarilla, y desarrollé una serie de preguntas de investigación que me permitieran abarcar ambas epidemias.
De esa manera ingresé a los estudios sobre la salud y la enfermedad, ya que una parte esencial de las epidemias consistía en la circulación de saberes, prácticas y prescripciones que los médicos publicaban para evitar los contagios. Pero, al mismo tiempo, circulaba una gran cantidad de escritos que hablaban de la epidemia pero por fuera del ámbito específico de los especialistas en salud. Me dediqué entonces a sumarlos, buscando comprender el evento crítico no solo desde el enfoque de los especialistas sino desde aquellos otros que también participaron de estas epidemias, como los redactores de los periódicos, los distintos funcionarios del estado, los agentes de policía, y los vecinos que dejaban algún registro escrito de las epidemias. En otras palabras, parte esencial de mi trabajo fue no solo realizar un listado de las prescripciones sino, y sobre todo, salir de lo prescripto para indagar como eran las otras representaciones colectivas sobre la enfermedad y la epidemia en un período de 30 años: de 1856 (cuando aparece la primera epidemia de fiebre amarilla) hasta 1886, con la última llegada del cólera en el siglo XIX.
Su estudio sugiere la tensión para el historiador que estudia epidemias y al mismo tiempo problemas estructurales de salud de más larga duración; como resuelve esta tensión?
Creo que ese es un problema muy frecuente en nuestro campo de estudio, ya que por un lado, la experiencia individual y colectiva de enfermar y morir es un elemento recurrente en la historia humana. Pero, al mismo tiempo, cada momento histórico configura representaciones colectivas, prácticas y discursos en torno a estos ejes, que vuelven indispensabe el análisis diacrónico.
Las epidemias, al ser un evento recurrente (se tienen registros desde la Antiguedad clásica) producen un conjunto de escritos bastante esquematizado en torno a quienes la rememoran. En esta línea, Charles Rosenberg menciona que el comportamiento social durante las epidemias se estructuraba en cuatro grandes momentos durante estos eventos críticos, conformando un modelo “dramatúrgico”, es decir, como si estuviéramos viendo una obra o pieza teatral, con sus ritmos de narración y la aparición de ciertos elementos concatenados en esta secuencia. Un primer acto que se inicia con la aparición de algunos casos dentro de la comunidad atacada, que se muestra reticente a aceptarlos. Luego la enfermedad se disemina, la ciudad colapsa, y se siguen una serie de eventos trágicos: muertos sin sepultura, enfermos abandonados por sus familias, robos, saqueos, etc. Por último, el acto final está marcado por el descenso de las muertes (en ocasiones de manera súbita, lo que aumentaba el desconcierto de la población) y un retorno a la normalidad. Regresan aquellos que habían abandonado la ciudad, se reactivan todas las actividades, y en general desde las diferentes religiones se realizaban ceremonias masivas para honrar a los difuntos. También aquí comienzan a surgir reflexiones una vez terminada la crisis. Con el fin de la epidemia se abre un epilogo, siempre en clave moral, que mira en retrospectiva cómo la comunidad enfrentó esa crisis.
Este modelo explicativo es muy interesante ya que nos permite entender la dinámica social tan particular que ocurre durante las epidemias. No obstante, creo también que es un modelo que debe ser adaptado a las coyunturas históricas locales, a los actores que intervienen en el proceso y a la propia dinámica de la epidemia. Es decir, ninguna de estas etapas es mecánica ni inevitable. Las sociedades cambian, y así también muchas de sus respuestas frente a eventos críticos como las epidemias, debido a que la propia etiología de una enfermedad impone un diálogo particular con la sociedad que ataca. Para decirlo en otras palabras, la pandemia de HIV-SIDA, la poliomielitis o la actual pandemia de COVID-19 poco tiene de este modelo dramatúrgico, y esto se debe a las particularidades del contagio, los mecanismos sociales de control sobre la salud de entonces, y los avances científicos y médicos en torno a estas dolencias. Para las epidemias que he estudiado, el rol del estado era decisivo al momento de cuidar enfermos, asistir a los menesterosos y enterrar los cadáveres, pero no fue un elemento relevante en los escritos que rememoraban la epidemia, que se enfocaban más en el drama humanitario.
Por otra parte, un elemento central para poner en diálogo a las epidemias con otros procesos de salud mayores, consiste en elaborar un criterio de análisis que englobe varios episodios epidémicos, ya que observando la llegada recurrente de una enfermedad es posible hallar prácticas y saberes que se asientan. Por ejemplo, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires desarrolló un corpus de leyes y ordenanzas sobre higiene entre 1850 y 1880 que se forjó al calor de la emergencia sanitaria que producían el cólera y la fiebre amarilla.
Cuáles son las similitudes entre las epidemias abordadas en el libro y la pandemia de Covid-19?
Podemos pensar algunas similitudes, a pesar de ser enfermedades y contextos tan diferentes. En las epidemias abordadas en el libro existía lo que podemos definir como “incertidumbre biomédica”, ya que al caos producido por enfermedades que dejaban centenares de muertos y enfermos diarios y que paralizaban toda la vida en la comunidad que acontecían, para entonces los médicos diplomados debían enfrentarse con otro problema estructural: eran una profesión con un campo de saberes ampliamente compartido (y en ocasiones también disputado) con otros. Curanderos, matronas, herboristas, vendedores ambulantes, homeópatas y farmacéuticos ofrecían en distinto grado e incidencia un repertorio diverso de saberes y prácticas para curar las dolencias, y, en líneas generales, estos últimos eran más aceptados por la comunidad que los recetados por sus competidores profesionales para evitar contagiarse. En su inicio, durante los meses de enero y febrero de este 2020 el COVID-19 produjo una disputa de narrativas similar, lo que generó expresiones que minimizaban el fenómeno e incluso algunos lo negaban, hasta otros que proponían pensar un futuro en el cual no volveríamos a compartir espacios públicos producto del alto nivel de contagiosidad. El cólera y la fiebre amarilla del siglo XIX tenían algo de esto: discursos extremos que mostraban la profunda incertidumbre y frustración de quienes vivían la llegada de estas enfermedades.
Sin embargo, una diferencia esencial es que con el COVID-19 se salió rápidamente de ese momento, ya que luego de los episodios ocurridos en Italia y España, gran parte de los liderazgos regionales adoptaron medidas de control que obedecían las prescripciones de la OMS. Las diferencias entre las políticas sanitarias adoptadas por los gobiernos de la región es evidente, pero un dato destacable es la velocidad con la que la comunidad científica internacional logró mancomunar esfuerzos para entender los alcances de la enfermedad, su forma de contagio, etc.
Aún así, con estos avances logrados, el período de incertidumbre biomédica no se clausura definitivamente, ya que pueden hallarse prácticas, discursos y códigos sociales que no van necesariamente en la misma línea que lo impuesto por las autoridades sanitarias. La circulación de noticias de posibles tratamientos efectivos (como el desarrollo de una vacuna o la implementación de plasma de personas recuperadas para los pacientes) convive con otros tratamientos de sospechosa eficacia (como el uso de la hidroxicloroquina, que la comunidad científica ya negó su eficacia). Todos ellos son un reflejo de este momento de incertidumbre tan particular. Al no aparecer un tratamiento definitivo, surgen interlocutores y discursos que muestran una amplia cantera de representaciones colectivas por fuera de los dictaminado por las autoridades sanitarias.
Otra similitud que encuentro es en el escenario que estas epidemias imponen y en algunas respuestas sociales. A la incertidumbre por no conocer la enfermedad y sus alcances, en el siglo XIX se sumaba la sensación de desorientación por la ciudad vacía, la elevada mortalidad y el fin de todas las rutinas cotidianas como trabajar, disfrutar de algún espacio público recreativo o solamente sociabilizar en los cientos de bares y fondas que tenía la ciudad. Esta profunda transformación del espacio y el tiempo socialmente compartidos, se trató de suplir con otras prácticas: la ciudad era abandonada por todo aquel que podía, alejándose de lo que se consideraba un “foco de infección”. Quienes quedaban en la ciudad, debían lidiar con el peligro cotidiano y por las noches se reunían para atravesar el evento crítico. En la actual pandemia, para aquellos países que adoptaron la estrategia del confinamiento social como método preventivo, no fue posible ese desplazamiento que hacían los antiguos habitantes. Por el contrario, en la actual pandemia la población fue conminada a permanecer en sus hogares, trastocando todas las rutinas cotidianas como trabajar, estudiar o desplazarse por el espacio público. Este confinamiento se tradujo en un boom de consumo de plataformas de videoconferencias (para aquellos que pueden costearlo) y un pasaje a la virtualidad tan intenso como tortuoso. Para las poblaciones de menores recursos, no hubo muchas opciones: el confinamiento se tradujo en una circulación más restringida en los barrios populares.
En ambos casos, tanto en el siglo XIX como ahora, necesitamos reunirnos para conversar sobre la peste, sobre nuestros miedos, ansiedades y expectativas. En esa trama de discursos se teje una representación de la enfermedad que es un insumo clave para pensar las múltiples aristas que conforman las epidemias. En esta línea, un último aspecto que siempre llamó mi atención de las epidemias del siglo XIX y que ahora también aparece es el humor. El evento crítico es transitado a través de una interminable cantidad de imágenes, relatos y escritos breves, que utilizan tanto la enfermedad (sus síntomas, los miedos que genera) como las medidas tomadas por las autoridades como centro de sus bromas. En esta operación no solo se procesa parte de esta realidad tan traumática, sino también se abona en la construcción de una subcultura específica de la enfermedad en cuestión. Parafraseando a Diego Armus, cuando se hablaba del cólera y la fiebre amarilla (y actualmente del COVID-19) era frecuente que también se estuviera hablando de cuestiones no necesaria o estrictamente médicas.
Bibliografía
Diego Armus, La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950, Buenos Aires, Edhasa, 2007.
María Silvia Di Liscia, Saberes, terapias y prácticas médicas en Argentina (1750-1910), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones científicas – Instituto de Historia, 2002.
Charles Rosenberg, Explaining Epidemics and Other Studies in the History of Medicine. Cambridge University Press, 1992.
Nicolás Besio Moreno, “Historia de las epidemias en Buenos Aires. Estudio demográfico estadístico”, Publicaciones de la Cátedra de Historia de la Medicina, Tomo III, Buenos Aires, 1940.
Como citar esta entrevista:
Fiquepron, Maximiliano Ricardo. Cólera y fiebre amarilla en la Buenos Aires del siglo XIX In: Revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos (Blog). Publicado en 13 de agosto de 2020. Accedido en [fecha].
En Manguinhos:
Fiquepron, Maximiliano Ricardo. Lugares, actitudes y momentos durante la peste: representaciones sobre la fiebre amarilla y el cólera en la ciudad de Buenos Aires, 1867-1871. Hist. cienc. saude-Manguinhos, Jun 2018, vol.25, no.2
Fiquepron, Maximiliano Ricardo. Estado y profesiones de la salud en Argentina: la enfermería en el siglo XX. Hist. cienc. saude-Manguinhos, Set 2016, vol.23, no.3.
Representaciones sobre la fiebre amarilla y el cólera – Los sentidos y actitudes que se asociaban con las epidemias que la ciudad de Buenos Aires atravesó entre 1867 y 1871.