COVID-19 en España: crisis sanitaria e incertidumbre social

Mayo 2020

Sección: Coronavirus and History

Rafael Huertas ha publicado varios libros, entre ellos “Historia cultural de la psiquiatría” (2012). En HCS-Manguinhos, publicó el artículo “Las obsesiones antes de Freud: historia y clínica.

Rafael Huertas| Profesor en el Instituto de Historia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid.

España es uno de los países más castigados por la pandemia de COVID-19. Según datos oficiales del Ministerio de Sanidad (a 30 de abril de 2020) el número de casos confirmados con PCR + asciende a 213.435 y el de fallecidos a 24.543. El 31 de enero de 2020 se confirmó el primer positivo en el territorio nacional, pero no fue hasta marzo cuando los diagnósticos empezaron a aumentar de manera exponencial. Se han registrado casos en todas las comunidades autónomas, siendo Madrid, seguido de Cataluña y las dos Castillas las más afectadas. El 95 % de las víctimas mortales tienen más de 60 años y, de estos, el 60 % más de 80 años. Esta mortalidad ha sido especialmente dramática en las residencias de ancianos.

A partir del 16 de marzo el gobierno español decretó el estado de alarma por 15 días, que se ha ido prorrogando sucesivamente y que, a día de hoy, está previsto hasta el 10 de mayo. Se implementaron una serie de medidas restrictivas de manera escalonada, se suspendieron las clases en colegios y universidades, se cerraron lugares de sociabilización (bares, teatros, etc.), se suspendieron todas las actividades multitudinarias (conciertos, eventos deportivos, etc.) y se recomendó el teletrabajo siempre que fuera posible. En una fase posterior se suspendieron todos los trabajos no esenciales y se pusieron en marcha dispositivos de control policial para garantizar el confinamiento de la población y la reducción de los desplazamientos. A primeros de abril se produjo el pico de la epidemia y, a partir de ese momento, el número de casos nuevos y la mortalidad han ido disminuyendo, lo que ha permitido programar un proceso de “desescalada” en fases que se ha iniciado a primeros de mayo.

Más allá de la crónica de los hechos, cabe plantearse algunas cuestiones sobre las que merece la pena reflexionar en el presente y que, probablemente, serán objeto de análisis por parte de los historiadores que, en su día, aborden el estudio de esta epidemia. Algunas de estas cuestiones, sin descartar otras, podrían ser las siguientes:

El problema de los números: Tal como reconoce el propio Ministerio de Sanidad, es evidente que el número de infectados debe ser mucho mayor, pues a los casos confirmados (con diagnóstico microbiológico), habría que añadir los casos probables (infecciones respiratorias agudas graves compatibles con COVID-19) y los casos posibles (cuadros respiratorios leves), así como las personas infectadas pero asintomáticas. La imposibilidad de hacer test masivos a la población desde el principio ha planteado dos problemas: por un lado, dificultad para identificar los contactos, y por otro, no disponer de un denominador conocido que permita calcular con mayor exactitud las tasas de incidencia, prevalencia, letalidad, etc. La realización de encuestas de seroprevalencia, ya en marcha, será fundamental en este sentido.

La respuesta asistencial: Durante varias semanas se llegó a un colapso de las urgencias, salas de hospitalización y UCIs. Para ampliar el número de camas se recurrió a la puesta en marcha de hospitales de campaña por parte del ejército (que también se ha ocupado de desinfectar espacios de riesgo: residencias de ancianos, estaciones, mobiliario urbano, etc.), de hoteles medicalizados o de nuevos hospitales provisionales montados en recintos feriales, como el Fira de Barcelona o el hospital IFEMA de Madrid (cerrado en 1 de mayo). Las prioridades generadas por el gran número de enfermos han ido en detrimento de la atención a otro tipo de pacientes, posponiendo pruebas, cirugías programadas, etc., para minimizar riesgos de contagio y optimizar recursos. La dedicación ejemplar del personal sanitario (con más de 30.000 afectados) no ha impedido desajustes derivados, en gran medida, de los recortes del gasto sanitario público y de las políticas privatizadoras en el sector, que han limitado la capacidad de respuesta ante esta crisis sanitaria. Junto a la asistencia hospitalaria, la Atención Primaria de Salud ha tenido que reorganizarse y hacerse cargo, entre otras cosas, del seguimiento domiciliario de los pacientes con COVID-19. Su papel ha sido igualmente importante y, sin duda alguna, será fundamental en un futuro próximo, en el que la atención primaria y la salud pública comunitaria serán imprescindibles para prevenir o minimizar un posible segundo pico. Ojalá los responsables políticos sean conscientes de esta prioridad en políticas de salud. Si algo nos muestra esta crisis sanitaria es la importancia de una sanidad pública bien dotada, tanto en infraestructuras como en recursos humanos, y de calidad que cubra aspectos asistenciales, preventivos y de promoción de la salud, sin olvidar el papel de la salud mental. En paralelo, resulta evidente también la necesidad de potenciar la investigación científica desarrollada en universidades o en organismos públicos de investigación como el CSIC o el Instituto de Salud Carlos III.

Salud, política, economía: Resultan muy llamativas las críticas que, desde las fuerzas políticas y los recursos mediáticos de la derecha, se formulan contra el gobierno por una supuesta mala gestión de la crisis epidémica. Es evidente que ante una situación tan excepcional y catastrófica como la generada por la pandemia, los responsables políticos de cualquier país (y de cualquier ideología) pueden cometer errores, caer en contradicciones o hacer torpes rectificaciones, pero responsabilizar al gobierno de los miles de muertos por COVID-19, con el objetivo de desacreditar al gabinete, y a los técnicos en los que se apoya –en ocasiones con bulos o manifestaciones poco rigurosas– para obtener rédito político resulta tan mezquino como irresponsable. Creo que España es uno de los pocos países europeos en los que, lamentablemente, se está dando este fenómeno en términos tan descarnados.

No abordaré aquí, por falta de espacio, los altos costes sociales y económicos que la epidemia. Como es bien sabido, los cordones sanitarios y las cuarentenas siempre han chocado con los intereses económicos y comerciales y la situación actual no es una excepción.

El confinamiento como fenómeno sociológico: Las condiciones del confinamiento de la población impuesto por el estado de alarma ha puesto de manifiesto, una vez más, el problema de las desigualdades sociales, y de la salud urbana, pues no es lo mismo permanecer en una casa amplia, bien ventilada o con jardín, que en un pequeño piso interior de un barrio obrero. Pero, además, el confinamiento está produciendo reacciones ciudadanas de índole muy diverso, desde redes de solidaridad y apoyo mutuo, hasta los llamados “policías de balcón”, vecinos que, al tener tan interiorizada la norma, y el miedo, insultan y delatan a todo el que pasa por la calle o a los que, según ellos, incumplen las normas. De igual modo, el reconocimiento unánime al personal sanitario y a otros oficios indispensables, traducido en aplausos a una determinada hora del día, coincide con actos, puntuales pero significativos, de acoso individual a esos mismos profesionales por entender que son fuente de contagio en su comunidad. El confinamiento tiene y tendrá, sin duda, consecuencias en los patrones de convivencia.

Otros aspectos, como el papel de los medios de comunicación y de las redes sociales, que permiten un gran flujo de información inmediata, el fenómeno de las fake news, las críticas a las medidas de control social y disciplinamiento de la población, etc., son comunes a otros países en un mundo globalizado por lo que no insistiré en ello. Una última reflexión me parece obligada. Como ya comenté hace días en el blog Epidemias y salud global de la Sociedad Española de Historia de la Medicina, últimamente se puede leer o escuchar algunos comentarios optimistas que apuntan a que cuando superemos lo peor de la epidemia será necesario un gran esfuerzo de reconstrucción nacional y que, en este contexto, resultará inevitable la existencia de un estado protector que garantice políticas sociales y de empleo. Esperemos que así sea, pero la situación será muy incierta, porque no sabemos, aunque cabe imaginarlo, cómo se comportarán las instancias supranacionales como el FMI o el Banco Mundial y, en general, el gran capital. Tampoco sabemos si las medidas de control de la población, exigidas y lógicas en una situación de catástrofe, inspirarán en el futuro tentaciones autoritarias en una Europa que, sin contar con el resurgir de un agresivo (neo)fascismo, aspirará a la “seguridad” y a la tranquilidad social.

Como citar este texto:

Huertas, Rafael. COVID-19 en España: crisis sanitaria e incertidumbre social In: Revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos (Blog). Published on June, 1th, 2020. Accessed  in [date].

Lea en HCSM:

Ribeiro, Daniele Corrêa. Da história da psiquiatria à construção de uma nova clínica: as contribuições de Rafael Huertas para os debates historiográficosHist. cienc. saude-Manguinhos, Dez 2015, vol.22.

Huertas, Rafael. Las obsesiones antes de Freud: historia y clínicaHist. cienc. saude-Manguinhos, Dic 2014, vol.21, no.4, p.1397-1415. ISSN 0104-5970

 

 

 

 

 

 

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