11 de mayo de 2020
Section: Coronavirus and History / Testemunhos Covid-19
Eric D. Carter| Edens Associate Professor de Geografía y Salud Global en el Macalester College
Durante esta pandemia de Covid-19 estamos pasando un momento extraordinario. Ya es sin duda la epidemia mejor documentada en la historia. Me refiero no sólo al diluvio constante de noticias, sino también a la cantidad de comentarios, opiniones y perspectivas, de peritos, políticos y periodistas. Todos queremos agregar nuestra interpretación particular de la situación y quizás sentimos un poco presionados para darle sentido histórico a esta calamidad mundial, una tendencia que lamenta la escritora argentina Mariana Enriquez en su ensayo, “¿Hay qué opinar sobre la pandemia?”
Entonces, vacilo un poco en sumar una opinión más a las realizadas hasta ahora, especialmente cuando se trata de una situación tan dinámica y cambiante como la pandemia. Y aunque las causas de esta calamidad sean complejas y diversas (y las soluciones, muy difíciles), podríamos identificar algunos actores claves que tienen que hacerse responsables de esta situación. Así que, voy a limitarme a una examinación de la gestión de Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, frente a esta emergencia. Claro que él suele hacer y decir cosas inexplicables, inesperadas, inéditas e incoherentes. Esta costumbre de Trump ha sido siempre molesta y extraña, pero ahora su falta total de capacidad es algo muy serio, una amenaza al bienestar de mi país, los Estados Unidos, y, me atrevo a decir, para el mundo entero.
Entonces, ¿Qué le pasa? ¿Qué está haciendo? Tales preguntas precisan un resumen de su gestión ante la pandemia que nos sigue amenazando, y un intento de explicar por que se comporta de esta manera.
Aunque el coronavirus pandémico empezó a difundirse mundialmente en enero de este año, Trump, desde que llegó al poder en enero de 2017, ha desmantelado las instituciones que resguardan la seguridad sanitaria del país. Por ejemplo, recién llegado a la presidencia, despidió a una comisión de consejeros en problemas de bioética (creada por George W. Bush, y mantenida por Barack Obama). Aunque no pudo eliminar al Affordable Care Act, conocido como “Obamacare” – la base legislativa de nuestro actual sistema de seguro médico – lo debilitó bastante con órdenes ejecutivas y maniobras fiscales. Trump nombró al actual Secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, principalmente por su postura en contra de Obamacare y su actividad previa como ejecutivo de la farmacéutica multinacional Eli Lilly.
Luego, el presidente abandonó un programa de preparación para pandemias dentro del Consejo Nacional de la Seguridad en 2018. Y, como se relata en una investigación prolija, por el historiador Christopher Sellers y sus colegas, la administración de Trump cortó el presupuesto del CDC (Centers for Disease Control), una de las instituciones científicas más importantes del gobierno, y justamente la que se dedica a la investigación y control de brotes de enfermedades infecciosas. Inclusive se redujo la plantilla de delegados del CDC en China, de 50 a 14 personas, entre 2017 a 2020.
Gracias a estas decisiones, estábamos menos preparados que nunca para enfrentar una epidemia. En enero, el CDC se negó aceptar el kit de prueba para el Covid-19 que había creado la OMS Para empeorar las cosas, la propia versión del kit del CDC sufría errores serios, una falla que retrasó la reacción del gobierno ante la epidemia. Además, en oportunidades reiteradas, Trump le restó importancia a los impactos de la epidemia, aún cuando se sintió obligado a declarar una emergencia nacional el 13 de marzo. Ese mismo día, lanzó una directiva confusa, la cual aparentemente suspendía todos los vuelos entre los EEUU y Europa inmediatamente (inicialmente excluyendo al Reino Unido). Pero fue solo un ejemplo más de reglamentos de control de fronteras en los que se mesclan innecesariamente las lógicas epidemiológicas y políticas, algo que Trump demuestra nuevamente con su declaración reciente de la total suspensión de inmigración legal al país.
Mientras tanto, sus pronunciamientos en Twitter y en las conferencias de prensa solo sirven para confundir más la situación, de producir un estado de desconfianza hacia el conocimiento científico y crear nuevos conflictos políticos y hasta querellas constitucionales. Trump da consejos médicos cuestionables, como su recomendación reiterada de tomar la hidroxicloroquina, terapia antimalárica, para prevenir la infección del Covid-19. En otros momentos, cuestiona la eficacia de ciertas medidas recomendadas, como el uso de mascarillas. Se pone a discutir con su equipo de expertos, como el Dr. Anthony Fauci, uno de los científicos más sabios de este gobierno, mundialmente reconocido por sus investigaciones sobre los virus, especialmente el VIH. Y como ya se ha comentado mucho, el jueves 23 de abril hizo otras declaraciones confusas y peligrosas sobre el uso de rayos ultravioletas e inyecciones de desinfectantes al cuerpo.
Lejos de liderar una respuesta coordinada entre el gobierno nacional y los estados, que tienen—para bien o para mal—mucha autonomía en asuntos de salud pública, Trump se pone a luchar con ciertos gobernadores (del Partido Demócrata, por cierto), y trata de socavar su autoridad, sumándose a las manifestaciones a favor de “liberar” la sociedad de las medidas restrictivas para controlar la pandemia. Mientras tanto, con sus palabras y sus hechos, mantiene una postura de duda hacia la ciencia y manifiesta sus ganas de promover la reapertura de la economía en contra de los consejos epidemiológicos de su propio gobierno.
No es que Trump se equivoque siempre; el problema, en realidad, es que a veces él tiene razón. Esta hace una reflexión sobre el comportamiento mía no tiene una base ideológica; es la sencilla lógica que me mueve a decirlo. Claro, cuando una persona se contradice constantemente como Trump, algunas aclaraciones son falsas y otras verdaderas; dentro de un diluvio de mentiras, se filtran a veces verdades. Este fenómeno produce un efecto raro en sus opositores (quienes somos muchos), el sostenimiento de incoherencias, solo para evitar estar de acuerdo con Trump.
Un ejemplo puntual: Trump ha cuestionado la relación entre la OMS y el gobierno de China. Según él, la OMS perdió tiempo en los primeros días de la epidemia, dejándose engañar por el gobierno chino, que ocultaba el alcance y ferocidad verdaderos del virus. Su cuestionamiento levanta una buena pregunta, y merece investigación—una paciente y metódica investigación, pero más tarde, luego que pase la emergencia sanitaria mundial. Para Trump, la investigación es una herramienta demasiado sofisticada; y mantener relaciones diplomáticas y multilaterales durante una emergencia internacional, no es tan importante. Su respuesta fue entonces radical, cortar toda la contribución de los Estados Unidos al presupuesto de la OMS.
El efecto colateral de esta maniobra, en la política doméstica—y claro, olvidé mencionar que tenemos elecciones presidenciales este año—es de poner a los progresistas en la posición de defender la OMS y el gobierno de China. Esta postura los lleva a hacer declaraciones dudosas, cómo por ejemplo, que la OMS es una organización exclusivamente científica, cuando claramente tiene una racionalidad política.
De nuevo, se nota el genio político de Trump (o de sus asesores): el sentimiento anti-Trump en este país es tan fuerte que anula todo razonamiento frío de la situación actual. Según muchos comentaristas, su postura de enfrentamiento con China forma parte de una estrategia electoral de hacer campaña contra la China, contra los inmigrantes, y contra el resto del mundo entero. Esta estrategia le sirvió en el 2016, y ahora que él se encuentra contra las cuerdas, no le queda otra alternativa. (Descartamos de inmediato otra alternativa: que él podría gobernar bien y así ganar el apoyo de un público amplio.)
Ahora bien: ¿por qué es que Trump se comporta así? A los historiadores del mañana les sobrarán evidencias y perspectivas para discutir esta cuestión. Para llegar a comprenderlo, deberíamos reactivar líneas psicoanalíticas de investigación histórica. Pero me atrevo a explicarlo, de mi manera, luego de muchos años de la dura experiencia. Y mi análisis está centrado no tanto en la estrategia política, sino ciertas facetas de su carácter que son inalterables. A ver:
- Es patológicamente egoísta y narcisista. Nadie le importa, todos son prescindibles, reemplazables. No es capaz de sentir empatía o comprensión, o por lo menos, jamás se lo ha mostrado.
- Mantener e incrementar su poder, son sus razones de ser.
- No soporta las críticas. Lejos de ser paciente y comprensivo ante la crítica, es fácilmente provocado por ellas. Piensa que siempre tiene razón y que es la persona más inteligente en cualquier situación. Por eso, está rodeado de aduladores, quienes se mostraron incapaces de convencerle oportunamente a su jefe que el Covid-19 fuera una amenaza a la salud, seguridad y actividad económica del país.
- Es sumamente materialista; le importan más los bienes materiales que el bienestar humano. Parece ser inmune a muchas de las sensaciones que nos hacen sentir humanos: el gusto de una comida sabrosa, un paisaje de la naturaleza, la poesía, la ficción, las mascotas, la música. Peor aún, piensa que los demás mantienen este mismo sistema de valores.
Talvez este retrato parezca exagerado. Para otros, sus defectos personales son irrelevantes—lo que importa es su programa político. Pero voy a insistir: en este momento precisamos el liderazgo de alguien con un mínimo sentido de humanidad. En cambio, lo que tiene el país es una acefalia moral en la presidencia.
En cuanto a su orientación política, muchos lo califican como autoritario. No lo creo. Montar una dictadura requiere demasiado esfuerzo, una mente estratégica y el desarrollo de una nueva estructura del gobierno. Es más bien anarquista – de derecha, obviamente – porque quiere quemar a todo. Si les parece demasiado, podríamos más bien clasificarlo como “anti-institucionalista”— Trump desentiende su rol como guardián del prestigio de las instituciones del gobierno. En cambio, fomenta la duda y la desconfianza en las instituciones nacionales, y esto sería su legado, después del fin de la pandemia.
Muchos que observan nuestra situación política desde afuera hacen una pregunta clave llena de incertidumbre: ¿Cómo puede ser que el pueblo lo apoye? Lamentablemente, no puedo responder bien a esta interrogante.. Lo que sí puedo decir definitivamente es que no tiene el respaldo ahora de la mayoría del pueblo. En realidad, nunca lo tuvo. Igual, por el sistema político que tenemos no hace falta ganar una mayoría del voto popular para seguir siendo presidente. Dados este sistema, su estrategia electoral de dividir y conquistar, y el clima de miedo e incertidumbre producido por la pandemia, todo es posible. Y si Trump llega a ganar su relección en noviembre en las elecciones presidenciales del 2020, el fracaso de la pandemia y el retroceso económico serán acompañados por una crisis aguda y quizás insuperable de nuestras instituciones políticas.
Enriquez, Mariana. 2020. ¿Hay que opinar sobre la pandemia? La ansiedad. Pagina12.com.ar, 18 de abril. https://www.pagina12.com.ar/260465-la-ansiedad
Sellers, Christopher, et al. 2020. An Embattled Landscape Series, Part 2a: Coronavirus and the Three-Year Trump Quest to Slash Science at the CDC. EDGI: Environmental Data and Governance Initiative. https://envirodatagov.org/an-embattled-landscape-series-part-2a-coronavirus-and-the-three-year-trump-quest-to-slash-science-at-the-cdc/
Como citar este texto:
CARTER, Eric. La pandemia: ¿El acto final de Donald Trump? In: Revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos (Blog). Publicado em 11 de maio de 2020. Acesss [date].
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